La crisis ambiental está poniendo de relieve que la ciencia y la tecnología, desconectada de otros saberes, pueden resultar destructivas.  Por diversos caminos se ha consolidado, en los distintos ámbitos científicos, la tácita aceptación de la complejidad de lo real, y por ello, lo inexorable que resulta el trabajo interdisciplinario. 

Si bien hay una distinción de planos (con W. Dilthey podríamos decir que hay ciencias del “explicar” y las ciencias del “comprender”), todos los abordajes apuntan a una interpretación de lo real. En la actualidad, la aparición de nuevas ciencias, en gran medida por la integración de algunas de ellas (biofísica, neurobiología, astrobiología, etc.) reconfiguran el cuadro epistemológico. Y, si bien intentan responder más integradamente a la explicación de las cosas, no ahondan en su sentido último. Razón y fe tienen su valor autónomo, pero pueden ofrecer una perspectiva de mayor complejidad cuando hacen interactuar sus propias conclusiones. Por otra parte se produce también un diálogo en el interior del creyente-científico, motivado por la innata necesidad de procurar visiones unificadas de la realidad que tiene el ser humano, cuando éste procura vincular los conocimientos percibidos desde su experiencia de fe con los empírico-racionales elaborados por el método científico.